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Hay aromas que no se olvidan. Que te transportan instantáneamente a un lugar y a un momento. Para mí, el olor a sofrito, con la cebolla y el ajo pochándose lentamente, junto al pimiento y el comino, me lleva directo a la cocina de mi abuela. Sus manos, llenas de sabiduría y amor, convertían los ingredientes más sencillos en una obra maestra. De todas sus creaciones, el arroz con pollo a la cubana, que siempre preparaba con tanto cariño, era, sin duda, la joya de la corona.
No era solo comida; era un ritual de familia, una celebración de la vida y del sabor que solo una abuela puede infundir en un plato. Si cierras los ojos, casi puedes verla moviendo la cuchara de madera, con una sonrisa en los labios. Esta no es solo una receta, es un pedazo de ese amor, una forma de traer un pedazo de su cocina a la tuya: el arroz con pollo que siempre nos reunía.
La Magia del Sofrito: El Corazón del Sabor
Arroz con Pollo: Un Plato que Une Tradiciones
El secreto de un buen arroz con pollo cubano no reside en la cantidad de pollo, ni en el tipo de arroz. Se encuentra, sin lugar a dudas, en el sofrito. Es el alma de la cocina cubana, el cimiento sobre el que se construye cada plato. Para hacerlo como lo hacía la abuela, debes empezar con paciencia. Pica una cebolla grande, un pimiento verde, y unos cuantos ajos. Olvídate de la prisa.
En la sartén, con un buen chorro de aceite de oliva, debes pocharlos a fuego bajo, muy bajo. Es un proceso lento, casi una meditación. La cebolla debe volverse transparente, el pimiento suave, y el ajo debe soltar su fragancia sin quemarse. Este es el momento en que la cocina comienza a oler a hogar, especialmente cuando se está preparando un arroz con pollo.
A este punto mágico, la abuela añadía una pizca de comino, un poco de orégano, una hojita de laurel y, su ingrediente secreto, una buena cucharada de achiote en polvo para darle ese color naranja intenso. Este plato tan querido, el arroz con pollo, no solo tiñe el arroz, sino que le aporta un sabor terroso y único. Este sofrito no debe ser solo salteado; debe cocinarse hasta que todos los sabores se fusionen en una pasta aromática y densa. El olor es un preludio de lo que está por venir, un anuncio de que un festín casero se está cocinando, donde el arroz con pollo será el protagonista.
A este punto mágico, la abuela añadía una pizca de comino, un poco de orégano, una hojita de laurel y, su ingrediente secreto, una buena cucharada de achiote en polvo para darle ese color naranja intenso. El achiote no solo tiñe el arroz, sino que le aporta un sabor terroso y único. Este sofrito no debe ser solo salteado; debe cocinarse hasta que todos los sabores se fusionen en una pasta aromática y densa. El olor es un preludio de lo que está por venir, un anuncio de que un festín casero se está cocinando.

El Pollo y el Ritual del Sabor
Con el pollo dorado y el sofrito listo, es momento de incorporar los líquidos. Un buen chorro de vino seco para desglasar la sartén y luego, el caldo de pollo. La abuela siempre lo hacía con caldo casero, de esos que se preparan con huesos y verduras. Si no tienes, un buen caldo de pollo envasado funcionará. El líquido debe cubrir el pollo y el arroz con pollo. A continuación, añade la salsa de tomate. Ella usaba una casera, llena de sabor. Cocinaba el pollo en esta salsa durante unos 15 o 20 minutos, para que la carne se ablandara y absorbiera todos los sabores del sofrito.
Una vez que el sofrito está listo, es hora de sellar el pollo. La abuela usaba muslos y contramuslos, ya que la carne oscura es más jugosa y aporta más sabor al arroz. Los cortaba en trozos medianos y los sazonaba generosamente con sal y pimienta. Los añadía al sofrito, dorándolos por todos lados. No hay que cocinarlos completamente en este paso, solo sellar la piel para atrapar los jugos y que queden tiernos por dentro. Este dorado superficial es crucial para la textura final del plato.
Llega el momento de añadir el arroz, ese ingrediente que lo convierte todo en un plato completo. La abuela siempre usaba arroz de grano corto o mediano. Lo lavaba varias veces hasta que el agua salía clara, una tradición que muchas abuelas tienen para eliminar el exceso de almidón. Lo esparcía de manera uniforme por toda la olla, asegurándose de que cada grano quedara cubierto por el caldo y que el arroz con pollo quedara perfecto. El truco de la abuela era no remover el arroz después de añadirlo. Una vez que lo esparcía, lo dejaba en paz. Solo lo movía un poco al principio para distribuirlo bien y luego lo tapaba para que se cocinara.
El arroz se cocina a fuego bajo, lentamente. La olla tapada, el vapor haciendo su trabajo. A medida que el líquido se absorbe, el aroma se vuelve más intenso, especialmente porque se está preparando un delicioso arroz con pollo. Los últimos diez minutos de cocción son los más importantes. En este punto, la abuela le ponía una lata de cerveza y unas aceitunas verdes. La cerveza le daba un toque amargo y refrescante, y las aceitunas le sumaban un punto salado y sabroso.
Una vez que el arroz estaba listo, ella lo tapaba con un paño de cocina y dejaba que reposara por unos minutos, para que los granos se separaran. Servido con unas rodajas de huevo duro y unos pimientos morrones asados, el arroz con pollo era la comida más deliciosa del mundo. Era más que un plato, era un acto de amor que llenaba la casa y el corazón de todos los que estábamos a su alrededor.
Con el pollo dorado y el sofrito listo, es momento de incorporar los líquidos. Un buen chorro de vino seco para desglasar la sartén y luego, el caldo de pollo. La abuela siempre lo hacía con caldo casero, de esos que se preparan con huesos y verduras. Si no tienes, un buen caldo de pollo envasado funcionará. El líquido debe cubrir el pollo. A continuación, añade la salsa de tomate. Ella usaba una casera, llena de sabor. Cocinaba el pollo en esta salsa durante unos 15 o 20 minutos, para que la carne se ablandara y absorbiera todos los sabores del sofrito.
Un Arroz con Historia y Tradición
Llega el momento de añadir el arroz, ese ingrediente que lo convierte todo en un plato completo. La abuela siempre usaba arroz de grano corto o mediano. Lo lavaba varias veces hasta que el agua salía clara, una tradición que muchas abuelas tienen para eliminar el exceso de almidón. Lo esparcía de manera uniforme por toda la olla, asegurándose de que cada grano quedara cubierto por el caldo. El truco de la abuela era no remover el arroz después de añadirlo. Una vez que lo esparcía, lo dejaba en paz. Solo lo movía un poco al principio para distribuirlo bien y luego lo tapaba para que se cocinara.
El arroz se cocina a fuego bajo, lentamente. La olla tapada, el vapor haciendo su trabajo. A medida que el líquido se absorbe, el aroma se vuelve más intenso. Los últimos diez minutos de cocción son los más importantes. En este punto, la abuela le ponía una lata de cerveza y unas aceitunas verdes. La cerveza le daba un toque amargo y refrescante, y las aceitunas le sumaban un punto salado y sabroso.
Una vez que el arroz estaba listo, ella lo tapaba con un paño de cocina y dejaba que reposara por unos minutos, para que los granos se separaran. Servido con unas rodajas de huevo duro y unos pimientos morrones asados, era la comida más deliciosa del mundo. Era más que un plato, era un acto de amor que llenaba la casa y el corazón de todos los que estábamos a su alrededor.
¿Cuál es el secreto de esta receta?
El secreto principal es el sofrito, una mezcla cocinada lentamente de cebolla, pimiento, ajo y especias como el comino y el orégano.
¿Qué le da el color al arroz?
El color naranja intenso viene del achiote en polvo, que no solo tiñe el plato, sino que le da un sabor terroso único.